-A usted le premian por su carrera. Pero, diga, ¿qué virtudes son dignas de reconocimiento hoy en día en la arquitectura?

-El reconocimiento está hoy ausente. La sociedad ve la arquitectura de una forma distante y la promoción inmobiliaria se la llevó por delante. El ciudadano no entiende muy bien para qué sirve el arquitecto, cree que es para hacer obras y cosas bonitas y ya está. Y la práctica de la arquitectura está mal, hay demasiado paro.

-¿Por qué piensan eso los ciudadanos?

-Hay muchas opiniones al respecto. El papel que juegan el arquitecto y la arquitectura interesa menos. Incluso en la enseñanza de la arquitectura las variaciones que están haciendo son a peor. Una profesión con un prestigio internacional ganado a pulso durante muchos años se está llevando en la enseñanza por un camino torpe que redunda en la pérdida de calidad.

-¿Esa tendencia desanima a nuevos o a viejos arquitectos?

-A unos y a otros. Los nuevos están emigrando en un porcentaje alto, buscan una salida para poder trabajar y para encontrar un equilibrio social. Los viejos estamos sorprendidos por lo que fue la arquitectura y lo que es.

-¿Por qué? ¿Qué prima hoy?

-Desde hace 15 o 20 años lo que prima sobre todo es la imagen, mientras que en un segundo plano está la resolución de problemas. Ahora lo que resuelve son problemas derivados de otros intereses: políticos, personales, urbanísticos? Esto siempre lo hubo en algún porcentaje, pero ahora la arquitectura ha perdido sus fines sociales, el fin de hacer más grata la vida a las personas.

-¿Arquitectura y arquitecto evolucionan por vías distintas?

-El arquitecto ha cambiado. Su formación es problemática porque la profesión ha cambiado: en planeamiento, en dibujo, en innovaciones tecnológicas, donde se ha avanzado mucho. Pero se le está quitando tiempo a la formación y equiparando a Europa, al plan Bolonia, y no lo entiendo. La propia gente de la Universidad, los profesores, no lo entienden: ese afán de equiparar una profesión que funcionaba como una meta a una profesión con menos capacidades.

-¿En qué estado se encuentra el urbanismo en A Coruña?

-Lo veo parado en general, no en una ciudad concreta. Los problemas de A Coruña los desconozco al detalle, hay cosas que me gustan y cosas que no. El urbanismo está en una situación complicada porque cada vez se demanda más participación ciudadana. Pero eso es cada vez más difícil porque el lenguaje utilizado por el planeamiento es hoy más incomprensible, muy de especialista. Nos encontramos con una contradicción: pedimos que el planeamiento sea rígido pero para que sea participativo debe ser extraordinariamente flexible, debe escuchar el pulso de la ciudad e ir cambiando. Cada vez que se hace una ley de urbanismo debería ser sencilla en lo sustancial y luego tiene que adaptarse a las particularidades.

-¿Qué necesidades urbanísticas ve en la ciudad?

-En líneas generales, debería haber una mayor preocupación por el transporte colectivo. También por transformar la ciudad, hacer que sobrepase el término municipal y forme parte de las áreas metropolitanas. Debería haber una preocupación por coordinar los planeamientos físicos, sociales y económicos que confluyen en un área importante. Seguimos anclados en la vieja ley del suelo y luego resulta que la nueva ley repite los modelos de un planeamiento fraccionado, de escala pequeña, por municipios. Eso requiere un cambio. Hay que definir y articular mejor las áreas. La ciudad ya no es un término municipal, es un barrio de la ciudad, que tiene otros barrios limítrofes que forman parte de otros concellos. Hay que pensar en la ciudad global del área territorial.

-¿Hay voluntad de hacer eso?

-¿Voluntad?, ¿conocimiento?, ¿posibilidades? Lo desconozco.

-¿Tenemos obras urbanísticas eficientes y obras deficientes?

-No entro en detalles porque no lo sé. Ha habido un gran gasto en infraestructuras porque ha sido necesario. Pero la ciudad sigue teniendo problemas graves, como la concentración de infraestructuras en un espacio muy pequeño y con dificultades de movilidad.

-¿Qué se puede hacer con un edificio en desuso como la cárcel?

-Es que nos valen cosas. Soy partidario de reutilizar viejos edificios si hay elementos aprovechables. Otra cosa es que a veces hay la manía de conservar solo por lucimiento político. La cárcel tiene historia e importancia tipológica. En estos tiempos siempre que se pueda ahorrar energía en alcanzar una meta, mejor. El crecimiento sostenible debe pasar de ser un eslogan a una realidad.

-¿Qué opinión le merece el proyecto del túnel de la Marina y la urbanización de la zona?

-Conozco pocas cosas. Eliminar la mayor parte del tráfico rodado me parece bien, pero ¿a dónde va? No lo conozco, ni si va a crear conflicto más allá. ¿A costa de qué esta obra? Quizá se pierda vegetación, transformaciones físicas. Eso hay que valorarlo. Me parece importante conseguir una amplia zona peatonal, siempre que puedan pasar coches de cuando en cuando.

-Ha recibido varios premios nacionales. Ahora le han premiado los arquitectos gallegos.

-Cuando te dan un premio de reconocimiento lo agradeces mucho porque es un regalo de la generosidad de otros. Afortunadamente tengo algunos premios nacionales, este premio me gusta mucho porque lo dan mis paisanos y amigos.

-¿Qué relación tiene con sus propias obras?

-Hacer una obra es una compañía y un viaje en el que te acompañas de mucha gente. Es el esfuerzo de muchos. En el largo viaje hay que ser diplomático, pero también pesado y algo dictador. Es como el cine: hay que ordenar, coordinar y racionalizar y al mismo tiempo no perder la capacidad de emocionar.