Además de muy pocos escrúpulos, hay empresarios que tienen un olfato especial a la hora de dar con las personas adecuadas para conseguir un trato de favor de las administraciones públicas. El caso del diputado autonómico del PP Javier Escribano Rodríguez es un ejemplo de lo más ilustrativo. Está por ver cómo, pero el caso es que, también en esta ocasión, y a pesar del riesgo que conlleva la maniobra de aproximación, el corruptor no se equivoca de individuo. Encuentra a la primera y sin dificultad a quien está dispuesto a echarle una mano en sus negocios a cambio de las correspondientes compensaciones, en metálico o en especie. Porque siempre hay alguien.

Tal como se desprende de las investigaciones policiales, Escribano intermedió ante la Xunta y la Diputación en beneficio de una empresa de áridos, Manmer SL, propiedad del eumés Fermín Duarte, para que pudiera vender sus materiales, que estaban bajo sospecha por ser presuntamente contaminantes, según denunció el propio sector. También le buscó potenciales clientes entre adjudicatarios de obras públicas, al parecer con éxito. A cambio, como generosa compensación, recibió un Porsche, que a fin de no levantar sospechas puso a nombre de un familiar para después venderlo por internet.

Típico hombre de aparato, sin otro medio de vida que la política, Escribano, al que sus enemigos internos describen como ambicioso y maniobrero, hizo carrera en el Pepedegá a través de Nuevas Generaciones. Su mentor fue el ex alcalde de Ferrol Juan Juncal, cuando presidía el PP coruñés. Entró en la lista de las autonómicas de 2009 in extremis, en puesto de relleno dados sus menguantes apoyos orgánicos. Llegó al Pazo do Hórreo de rebote, por la renuncia de diputados que se fueron incorporando a las tareas de gobierno. Ahora sabemos que, lejos de consagrarse a la noble tarea legislativa, aprovechaba la condición de parlamentario para sus maniobras de conseguidor.

Esta vez volvió a tocarle al PP, que para algo es el partido que más poder detenta en Galicia. Pero en todas partes cuecen habas. La corrupción no conoce de ideologías ni de militancias. Es una lección que hay que aprender. Las organizaciones políticas deberían ser más cuidadosas en la selección de las personas que las representan en las instituciones. No se trata solo de elegir a gente con un cierto nivel de preparación y un mínimo bagaje político, sino también de evaluar las circunstancias personales y familiares, laborales y económicas, para conocer sus "puntos débiles", si los tiene. Y a partir de ahí hacer un seguimiento de su ocupación y sus relaciones dentro y fuera de la cámara, mediante la prueba del algodón de la ética. Lo que no puede ser es que ahora, a toro pasado, en el caso Escribano, como en otros, algunos compañeros suyos de escaño den a atender que esto se veía venir.

Con las listas abiertas y circunscripciones más pequeñas, los ciudadanos podrían hacer una parte de ese trabajo de fiscalización de las conductas individuales a la hora de votar, separando el grano de la paja incluso dentro de un mismo partido. Entre tanto se mantenga el actual sistema, resulta imprescindible establecer mecanismos internos de control capaces de detectar al menos casos tan flagrantes como el del diputado Escribano. Sin duda, la simple existencia de esas "comisiones de asuntos internos" disuadiría a muchos de caer en la tentación de corromperse por el riesgo a ser pillados. Y al mismo tiempo serviría para que los corruptores se lo pensasen dos veces, ante el riesgo de ser descubiertos y denunciados ante los tribunales. Porque a fin de cuentas, nunca se acabará del todo con la corrupción mientras haya Dorribos, Duartes y personajes de similar pelaje, convencidos de que solo se triunfa comprando o alquilando voluntades. A esta gentuza, incluso pagando cuantiosas comisiones y sobornos, jugar sucio les acaba saliendo relativamente barato. Desde luego ellos no pagan precio político.

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