A Mariano Aradas siempre le ha gustado conducir. Dice que no hay ningún trabajo perfecto, aunque el suyo se le parece bastante, sobre todo, en una situación normal, antes de que la pandemia del coronavirus trastocase rutinas y manías. "Son las doce de la mañana y llevo 140 pasajeros, a estas horas, normalmente, llevaría ya 600 y eso que ahora estamos tres buses de la línea 14 y antes éramos seis", explica desde su mampara transparente, con la mascarilla puesta y con el gel desinfectante siempre a mano.

Dice que conducir ahora, sin los estudiantes que se recorren la ciudad para ir a la Escuela de Idiomas o a Náutica es más cómodo, pero más aburrido, hay caras que, de un día para otro han dejado de aparecer en su ruta y las echa de menos. También a las cafeterías, ahora cerradas, que siempre le proporcionaban un respiro, en forma de café caliente o de servicio, del ir y venir de plaza Pablo Iglesias, en O Castrillón a la Elíptica de Os Rosales.

Y, en estas circunstancias, en las que el miedo al contagio lo invade todo, Aradas, con las manos en el volante, agradece a los usuarios del bus que, con más o menos temor, se suban al bus intentando facilitarle la jornada, pagando con la tarjeta en la máquina canceladora o con el importe exacto para evitar que él tenga que manipular las monedas que sacan del bolsillo, guardando las distancias y sentándose lo más lejos que pueden los unos de los otros.

Ana coge el bus casi a diario, ayer iba a casa de su hermana y destaca la diferencia entre el antes del estado de alarma y el ahora. "Depende de la hora, pero no solemos ir más de diez personas en el bus", explica. Su imagen de cómo era el 14 antes es completamente opuesta. Se acuerda de los días en los que tenía que abrirse paso entre los usuarios para encontrar un hueco en el que viajar, codo con codo, bolso con mochila, mano con mano en el pulsador del timbre.

Para Carlos Reguera, quedarse en casa no es una opción. Sube al bus casi todos los días porque cuida de una persona mayor que vive en el Agra, y su función es esencial en esa casa, así que, ayer al mediodía ya había ido desde Monte Alto a A Grela y después, en el 14 al Agra, cargado con un tubo de plástico y unas bolsas. "Yo voy tranquilo", resume. Aleff cogía ayer por segunda vez el bus en toda la cuarentena. Iba a buscar a su novia y, en menos de una hora, embarcaron los dos en el 404, ya de vuelta a casa.

En sus 23 años en la Compañía de Tranvías, Mariano Aradas ha visto ya de todo, aunque nunca antes había podido recorrer la ciudad con tan poco tráfico ni pasar tantas veces por varias paradas en las que no hay que abrir o cerrar la puerta. "Es más tranquilo, pero también más aburrido", reconoce, ya que actualmente lleva los mismos pasajeros que antes en el último viaje de la noche, cuando se iba ya hacia cocheras.

Lo que la pandemia no ha conseguido erradicar ha sido la doble fila. En tiempos en los que muchos coches se quedan en casa, en los que el teletrabajo se impone y en los que el Concello ha eliminado la ORA para evitar los desplazamientos innecesarios y las salidas a la calle, hay conductores que todavía piensan que no pasa nada por aparcar mal o por parar el coche en medio de la ruta del bus.

"Somos animales de costumbres y el que dejaba el coche en doble fila antes lo sigue haciendo ahora, antes los domingos también te encontrabas coches mal aparcados, aunque sobrase sitio", admite Aradas, al que de su trabajo le gusta el trato con los usuarios y el "servicio público" que presta porque, tanto en esta situación como antes del coronavirus, siente que, de alguna manera, pone su granito de arena para "ayudar a los demás".

Mientras los pasajeros van y vienen con su rutina diaria, con sus bolsas de la compra, sus carros, sus mascarillas y sus guantes, Aradas calcula los minutos que se ha adelantado al horario previsto. Al llegar a la cabecera de Os Rosales tiene más de dos minutos de descanso antes del siguiente viaje. El siguiente de los muchos que hará para que los usuarios puedan llegar a aquellos sitios en los que los esperan.