No deja de ser irónico, además de significativo, que vaya a ser precisamente el voto de la olvidada clase obrera británica determinante para la realización del sueño del sector dominante de los tories británicos de sacar a su país de la Unión Europea.

Tras décadas de desindustrialización, unida a un proceso creciente de globalización, quienes trabajaban en la minería o en otras industrias tradicionales en la parte norte del Reino Unido votaron mayoritariamente a favor del Brexit en el referéndum tan irresponsablemente convocado por David Cameron.

El 12 de diciembre los británicos votarán, como se sabe, sobre el futuro de su país, y todo apunta a que ganarán los tories del actual primer ministro, Boris Johnson, precisamente el partido que más contribuyó bajo la Dama de Hierro, Margaret Thatcher, a la destrucción de la clase obrera y los sindicatos de clase.

A base de promesas de ayudas millonarias que, conociendo a quienes las hacen, con bastante probabilidad no cumplirán, Johnson y los suyos tratan de ganar ahora los votos de aquellos cuya vida amargaron en su día: gentes que viven en las zonas rurales o en las ciudades de mediano tamaño del norte del país.

Regiones todas ellas económicamente deprimidas desde que Cameron y los suyos decidieron, tras el estallido de la crisis financiera y al igual que lo ocurrido en otros países, salvar a la Banca y decretar una política de austeridad para todos los demás.

Austeridad que golpeó de modo brutal a los que habían sido durante décadas bastiones laboristas y donde se cerraron de pronto bibliotecas e instalaciones deportivas, entre otros servicios públicos que tuvieron que depender a partir de entonces en muchos casos de la generosidad privada.

El principal impulsor del Brexit, Nigel Farage, fundador del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), recurrió entonces a la más grosera demagogia para convencer a la clase trabajadora de que la culpa de todo lo que le sucedía la tenían los "burócratas" de la Comisión Europea y los inmigrantes del continente.

Una vez ganado el referéndum, los tories se apuntaron rápidamente a ese discurso, basado en mentiras y falsas promesas sobre los beneficios que la salida de la Unión Europea y la recuperación de la soberanía nacional tras décadas de sometimiento a los dictados de Bruselas reportarían al país.

Esa estrategia dio resultado como lo demuestra el hecho de que fue precisamente en las zonas del norte de Inglaterra más castigadas por la austeridad de los gobiernos conservadores donde mayor fue el voto a favor del Brexit: entre un 60 y un 70 por ciento frente a un 52 por ciento en todo el país.

En Wigan, localidad famosa por el libro que le dedicó el escritor y socialista inglés George Orwell - El camino a Wigan Pier- cuando decidió estudiar las condiciones de vida de la Inglaterra industrial, sobre todo minera, un 64 por ciento votó por la salida de la UE.

El desamparo que parece sentir buena parte de la clase obrera británica y que la hace especialmente vulnerable a la demagogia populista tiene mucho que ver con el hecho de que con la Tercera Vía de Tony Blair, el laborismo se hubiera ocupado sobre todo de la clase profesional urbana, de la que procedían muchos de sus dirigentes.

El líder desde 2015 de los laboristas, Jeremy Corbyn, ha tratado de revertir esa tendencia frente a la hostilidad de un sector del partido y las críticas del empresariado y de los tabloides de derechas, que le tachan de "radical" cuando no de ser excesivamente tolerante de un supuesto antisemitismo en filas laboristas.

En el caso, muy improbable, de ganar las elecciones del 12 de diciembre, Corbyn pretende volver a negociar con Bruselas y someter de nuevo a referéndum la permanencia del país en la UE. Pero su ambigüedad hacia el Brexit en contraste con la firme determinación de su rival, Boris Johnson, no favorece precisamente su causa.