Opinión | El trasluz

Euromillones

He muerto en todos los que me precedieron, pero no dejo de nacer en los que me continúan. Eso es lo que pienso y lo que siento mientras camino a buen paso por el parque. He tropezado al menos con dos cadáveres de pájaros que se cayeron del nido o que intentaron abandonarlo antes de tiempo. Hay mucha vida en el verano, pero mucha extinción también. Alrededor de los gorriones difuntos se agolpa una masa de hormigas que poco a poco van cubriendo sus implumes cuerpos. No dejarán de ellos ni los huesos, que son puro cartílago. Cuando yo era pequeño, cazábamos gorriones con tirachinas. Vivíamos en barrios llenos de descampados, justo donde terminaba la realidad. Había una fina línea que separaba el Neolítico del siglo XX. Al atravesarla, nos convertíamos en niños prehistóricos. De allí es de donde venimos las personas de cierta edad. El mundo ha cambiado en los últimos 20 años más que en los 500 anteriores.

Tras la caminata, paso por casa y me ducho antes de acudir a la consulta de mi terapeuta. Me ducho todos los días para vengarme de los que no me duché en el Paleolítico, del que también provengo. Me ducho dos veces con frecuencia para vengarme más y más. Puedo reparar eso, pero me resulta imposible remediar las muertes que produje con el tirachinas. Cuando encuentro un pájaro muerto, rezo una oración laica por él. Eso es todo lo que puedo hacer, eso y decirle al cadáver que no se apure porque del mismo modo que falleció en los que le precedieron, volverá a nacer en los que le continúen.

Cerca del portal de mi psicoanalista hay una administración de lotería. Cuando paso por delante de su puerta, la voz difunta de mi madre me urge a entrar. La obedezco. Indago:

–¿Hay algo interesante?

La joven que me atiende está eufórica. Me informa, con un entusiasmo desbordante, de que tenemos para mañana mismo un bote de 213 millones de euros.

–Me van bien —le digo y realizamos la transacción.

El espíritu de mamá no acierta nunca. Tampoco acertaba cuando estaba viva.

–¿Cómo va todo? —pregunta la psicoanalista.

–Bien —le digo—. Acabo de gastarme una fortuna en lotería.