Opinión

Albert Sáez

Algunos errores (progresistas) en la guerra cultural

Otro Día del Orgullo con polémica. Una jornada reivindicativa cuyo objetivo debería ser dejar de organizarse. Pero trabajo queda, y mucho. Hemos explicado que la homofobia se suma a los efectos rebote de algunos colectivos de adolescentes que en aras a reivindicarse frente a las generaciones precedentes se vuelven negacionistas y caen en las garras de la guerra cultural de la extrema derecha. Una guerra cultural que, demasiado a menudo, enerva también los ánimos del llamado progresismo que se apunta al postureo de la reivindicación cuando tiene en sus manos el mando del BOE. Convertir la defensa del colectivo LGTBI en una seña de identidad política y especialmente partidista es un retroceso en la lucha por la igualdad de derechos. Ocurre también en el caso de la causa feminista. El objetivo de esta jornada reivindicativa no es levantar muros ideológicos en nombre de los derechos de las personas, sino ampliar el elenco de los que tenemos reconocidos como fundamentales con un amplio consenso y que, precisamente por ello, quedan fuera de la pugna.

Esta dinámica de acción y reacción genera una sensación de retroceso social de la que deberíamos ser capaces de sustraernos. El incremento de las denuncias por homofobia o de los acosos escolares no necesariamente es indicador de un empeoramiento de la situación sino justamente de lo contrario. El umbral de tolerancia disminuye a medida que aumenta el reconocimiento de derechos de las personas y el repudio a toda forma de discriminación que durante siglos fue tan banal, tan universalmente aceptada que no era ni siquiera perceptible. Y en este campo, el periodismo también debe reflexionar. El escándalo permanente a propósito de los exabruptos contra el colectivo homosexual acaba convirtiéndose en demasiadas ocasiones en un incentivo a la intolerancia antes que en un correctivo. De manera que no solo las redes dan alas a la guerra cultural sino también los medios responsables.

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