Opinión | Billete de vuelta

La España de los pequeños grandes

Para George Orwell, el fútbol era una guerra metafórica sin armas, y durante décadas el lenguaje bélico se apoderó del relato del juego. Una guerra danzada, que decía Galeano, que mete a veintidós contendientes en danza, en una frecuente escaramuza de poder y emoción que ayuda, como ninguna otra actividad humana, a hacer patria. Cuando el balón echa a rodar, las ideologías se desvanecen y la polarización se exilia a los polos, a proponer su enfriamiento. Sobre el verde tapete en buena lid no cabe el fango. Mejor jugar al toque que el fútbol militarizado de toque de queda.

Lo hemos comprobado —los más jóvenes lo han aprendido como los más viejos tuvimos ocasión ya hace años— con el exitoso paso de la selección española por la Eurocopa finalizada el domingo con la victoria de la Roja, de la mano y con los pies de un equipo policultural que reúne a atletas de varias generaciones. Que dos jovenzuelos hijos de humildes inmigrantes marquen el camino al equipo confirma que la diversidad ayuda a trazar paredes donde otros se empeñan en levantar muros.

La España de Nico y Yamal certifica que los extremos y los extremismos solo son nocivos cuando se empeñan en enredar en política. Abrir el campo con estos chicos ayuda a que la grada abra a su vez la mente y rechace el rechazo. Con jugadores de gambeta se puede regatear al racismo y la xenofobia. Con futbolistas así, un gol de tijera es un tijeretazo a la intransigencia. Habría que decretar una orden de expulsión contra el segregacionismo. Tarjeta roja directa a los que discriminan.

Esta España solidaria en el esfuerzo, llena de valores y de color diverso merece aún numerosos días de gloria. Nos llena de orgullo esta España del balón al pie y al espacio que se parece tanto a esa España real que algunos se empeñan en embadurnar. Loor a la nación de los pequeños grandes.

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