El autismo es una discapacidad invisible, no tiene manifestación física. Las personas autistas presentamos el mismo aspecto que cualquier otra. Ni siquiera, a pesar de los avances en investigación, se han conseguido identificar marcadores biológicos que determinen claramente qué es el autismo, a qué afecta y cómo. Debemos decir, eso sí, que el autismo ni se sufre ni se padece, que no es una enfermedad sino una condición de la persona: se nace autista, se vive autista y se muere autista. Por tanto, ni se cura, ni es necesario. Esto no debería ser un problema para quienes están en el espectro autista ni para sus familias, si no estuviéramos en una sociedad donde la diversidad es invisibilizada con demasiada frecuencia y donde la neurodiversidad es tratada como una enfermedad, desgracia o inferioridad. Todo ello, comparado con un imaginario de perfección humana muy apartado de la realidad de la calle y la cotidianidad, al que casi ninguno llegamos ni llegaremos, con la consiguiente frustración, sentimiento de fracaso y pérdida de autoestima.

Por ello tenemos por delante un importante reto: dar presencia social a las personas autistas, con todas sus capacidades y todas sus dificultades; conocer y comprender a los niños y niñas y sus familias; conocer sus dificultades para acceder a una escuela inclusiva y la inquietud cuando esa escuela termina y no existen recursos y apoyos para la vida adulta. Porque, aunque nuestra sociedad suele ignorarlo, las personas autistas no desaparecen cuando cumplen 18 años; antes bien, se hacen adultos con deseos y capacidades de participación en la sociedad, con voluntad de hacerlo. Y sobre todo, tienen derecho a ello.

Dentro del autismo, debemos atender a la minoría entre la minoría: el colectivo femenino. Las mujeres en el espectro del autismo somos muy distintas a nuestros homólogos masculinos; sin embargo, los test de diagnóstico se desarrollaron para su perfil. Este importante sesgo de género está dejando fuera de diagnóstico y apoyos a un colectivo muy importante de niñas y mujeres autistas o con síndrome de Asperger. Por es razón, hemos creado un Comité para la Promoción y Apoyo a las mujeres autista/asperger (Cepama) con el objetivo de favorecer la visibilidad social de las mujeres y niñas en el espectro del autismo. Es un comité pionero en España que se constituye como el primer órgano de autorrepresentación de las mujeres autista/asperger de nuestro país.

Nos mueve la preocupación por ayudar a encontrar nuestro papel en la sociedad, para reivindicar nuestros derechos, para tener presencia y para aportar valor dentro de esta diversidad de cientos de miles de personas (se estima que en nuestro país podríamos hablar de casi medio millón de personas con la condición de autistas).

Y lo hacemos porque a veces parece olvidarse que el espacio social no es de nadie en particular y por tanto, es de todos. Hemos de ser conscientes de que tenemos pendiente la tarea de garantizar que lo vivamos en plano de igualdad, con la libertad y los apoyos necesarios para ejercer nuestros derechos y ser ciudadanas plenas y felices, sea cual sea nuestra condición.

Porque ser autista es, ni más ni menos, que una forma de ser, con todo el derecho a la visibilización, a la autonomía y a la autorrepresentación.