Opinión | Shikamoo, construir en positivo

Días de solsticio, días de quema...

Déjenme que les desee un buen día, para empezar, en este tiempo de solsticio. Un buen día con su noche, claro está, por mucho que estas sean precisamente las más cortas del año. Mucha felicidad en estas jornadas de un verano recién estrenado que, con sus características propias, ya vive entre nosotros.

Y, ateniéndonos a la tradición por estos lares seguramente desde tiempos bien remotos, son días de quema. De rendir culto al astro rey, mucho más presente en esta época, elevando al cielo una minúscula réplica de su poderío abrasador. Quizá sea esa la razón de ser de nuestras actuales lumeiradas de San Xoán, que llegarán en nada, donde la siempre excelsa a la par que discreta sardina comparte trono con esa inmensa bola de helio e hidrógeno que nos da, literalmente, la vida... Pero días de quema también de los modos y los afanes del invierno, incluido el curso escolar. Sí, son días de comienzo de unas merecidas (o no tanto) vacaciones, donde las y los escolares tienen más tiempo para cultivar sus aficiones, practicar alguna actividad extraordinaria o, simplemente, para retomar fuerzas para afrontar con solvencia el nuevo curso. Ah, y de socializar sin pantallas y megabytes de por medio, de lo que estamos muy, pero que muy necesitados.

Y es en esto de quemar donde me voy a detener hoy, aunque en mi caso lo haga sólo en sentido figurado. Ya saben, porque se lo conté más veces, que soy de los reticentes a quemar madera y emitir a la atmósfera una cantidad extra de dióxido de carbono, después del descomunal esfuerzo que hace cada planta en su vida para fijar el mismo y reconvertirlo en su carbono estructural... Quema figurada, pues, pero quema, que viene acompañada de una pregunta... ¿Qué quemarían ustedes de este tiempo de invierno que ahora fenece?

Yo, para abrir boca, les contestaré a dos niveles. Por una parte, con una mirada más global. Y es entonces cuando diría, sin ambages, que quemaría las soluciones violentas a los conflictos. El fácil recurso de la guerra, a cualquier nivel. Y, con ello, los pingües beneficios que obtienen corporaciones muchas veces en la sombra, pero metidas de lleno en el negocio bélico, que en tiempos de zozobra produce enorme riqueza para unos pocos a la vez que destrucción, sombras y negrura para muchos más... Empresas de nombres que muchas veces ni les sonarán, pero con conexiones fuertemente ligadas a otras mucho más conocidas, con tentáculos y ramificaciones en sectores variopintos y a veces muy bien posicionadas en cuanto a la percepción de su desempeño desde el punto de vista ético... Quemaría la posibilidad de renunciar al diálogo, intentando hacer de cada problema una oportunidad de mejora, buscando incansablemente una sociedad mejor. Porque la de hoy, incluso en términos de vidas humanas destruidas, no puede alegrarse de sus hazañas...

Una segunda mirada sería más en clave nacional, en el contexto de nuestra política. Y quemaría todo aquello que no dimanase de un cierto nivel de consenso, urgente, importante e imprescindible para dotar al conjunto de la necesaria estabilidad y sosiego. Cuestionaría —y, por tanto, quemaría— la praxis política como meta personal o de partido, más allá de la vocación de servicio y la orientación al bien común. Y también llevaría a la hoguera la enorme distancia entre la lógica de los partidos de hoy y el sentir de las personas reales, de ciudadanos y ciudadanas enormemente desafectos de tales cuestiones, pero que no dejan de ser los sujetos reales del ejercicio de la democracia. Pediría simplicidad, orientación a resultados, mucha mayor eficacia y eficiencia y un ejercicio colectivo de responsabilidad. Ah, y una renuncia pactada a todas esas veleidades y salidas de tono que surgen del cuestionamiento sistemático de derechos humanos inalienables en todas sus vertientes desde ciertos nichos de lógica política que, usando esto como instrumento de posicionamiento de marca, hoy triunfan y se multiplican como setas. Quemaría todas aquellas acciones que buscan, precisamente, quemar a los demás. Casi siempre a los más vulnerables, para más inri...

En fin... Enterremos con la sardina y dejemos que las llamas consuman nuestra mala praxis, y después del paso por el fuego comencemos un verano reparador con el aroma de los “croques” y de la “malva”, de la “artemisa”, los “fentos” y el “fiuncho”, “milfollas”, “romeu” y “hortelá”, entre otras, y sumerjámonos en el armónico océano, dejando allí los sinsabores y abrazando un nuevo tiempo. Salgamos de él más juntos, más unidos, orientados a explorar lo que nos une mucho más que lo que nos separa... Al fin y al cabo somos minúsculos puntos sobre otro diminuto ecosistema, girando a la velocidad del bólido por un espacio que no nos pertenece... Aceptar eso, queridos y queridas, nos libera de la vanidad y nos da alegría de vivir, junto con los otros, por los otros y teniendo a los otros como nuestro principal apoyo, camino, referencia y meta...

¡Feliz Solsticio de verano 2024!