Opinión | Shikamoo, construir en positivo

José Luis Quintela Julián

Orgullo

Les escribo justo después de terminar un Claustro que pone el punto y final efectivo a las actividades de este curso académico, en el que podría ser cualquier instituto de educación secundaria de Galicia. Y lo hago en un día, el de ayer, en el que en buena parte del mundo se celebra el Día del Orgullo LGTBIQ+. Una jornada especial, cargada de reivindicación, de sentimientos y de muchas historias personales a veces muy difíciles, en la que se recuerdan las revueltas de Stonewall, en Nueva York, que marcaron un antes y un después a la hora de afrontar los derechos más elementales de las personas con orientaciones sexuales diferentes a la hasta hace bien poco considerada en nuestro contexto como única normal. Una pesada carga que sigue imponiéndose a las personas, independientemente de sus sentimientos y su condición, aún en muchos lugares del mundo, y que pone en riesgo y arruina muchas vidas.

Mientras escribo esto soy consciente una vez más de cómo ha cambiado nuestra sociedad. Y es que en este mismo instituto al que me refiero, o casi en cualquiera de los otros de nuestra red de educación secundaria y de bachillerato en Galicia, uno puede ser consciente de la diversidad que late en las nuevas generaciones de chicos y chicas. Una situación diametralmente distinta a la que nos tocó vivir a los que hoy tenemos cuarenta, cincuenta o sesenta años. Hoy en las aulas hay chicos y chicas que manifiestan abiertamente estar reflexionando sobre su posible transexualidad o que han dado algún paso al respecto, hay parejas homonucleares tanto de chicos como de chicas, y está presente también el género fluido. Hay chicos y chicas bisexuales, u otros que asumen que la asexualidad es la etiqueta —si alguna es realmente válida cien por cien— que más les representa. Hay, sobre todo, respeto. Un respeto a la diversidad que viene a ser, sobre todo, la concreción de la máxima de que todos, todas y todes cabemos aquí, independientemente de quiénes seamos y quiénes digamos ser.

Hace tiempo descubrí que es imposible entender la vida de alguien a no ser que calces sus zapatos. Que conozcas y vivas tan íntimamente su circunstancia que seas, a la postre, ese mismo ser. Que no se puede opinar sin saber y, como dice la maravillosa canción de Mecano, “que lo que dicen los demás está de más”... Una aseveración cargada de sentido en el contexto del respeto a esa diversidad que hoy empieza a caracterizar fuertemente a nuestra sociedad, y que más que poner el foco en lo que nos diferencia lo hace en lo que nos iguala. ¿Saben en qué? En derechos. En la posibilidad de que tu corazón sienta por el otro independientemente de quien sea. O, aparte del amor, de que te guste. Algo que antes era complejo de explicar, sobre todo a uno mismo, y que hoy no forma parte del saco de los problemas... O que no debería serlo, porque sigue habiendo muchos reductos de represión y, aunque parezca mentira, a veces por parte de uno mismo. Me consta.

Con todo, creo firmemente que esta sociedad de hoy es, en muchos sentidos, mejor que la de ayer. Ya saben, si me siguen en estos más de veinte años de esta columna de miércoles y sábados o en algunos de mis otros escritos, que también echo de menos muchos otros ingredientes de la de antaño, sobre todo ligados a los trabajos, modos y maneras comunes, a la solidaridad y a una mayor cohesión social. Pero esta, repito, es mejor. Y si lo es, desde mi punto de vista esto viene dado, sobre todo, por el antedicho avance en respeto. Nadie se puede arrogar la capacidad de juzgar a los demás desde ningún punto de vista, salvo el bien regulado cometido de los profesionales de la justicia en las competencias que les son propias. Para lo otro, para la ordenación de cómo vives tu vida y por qué, soy de los que piensan que no hay más normas que el respeto y el mimo a los demás. A lo que piensen, a lo que sientan y a lo que decidan, con la única frontera —una vez más— de un idéntico respeto a todos los demás seres humanos que el que pides para ti. Respeto a los derechos humanos. A los derechos socioeconómicos de las personas. Y al derecho a la libertad.

Es en este contexto donde yo enmarco la celebración del Día del Orgullo LGTBIQ+, antiguamente llamado del Orgullo Gay. Creo que es muy necesario, y que contribuye a un mayor grado de normalización cada día de la vibrante realidad diversa que, como digo, late en nuestra sociedad. No me verán ustedes en ningún acto, porque luego está la forma de ser y los gustos de cada uno, y yo siempre he preferido la tranquilidad del hogar, de un bosque o quizá de una playa desierta que las aglomeraciones en las plazas. O la palabra a la hora de tomar posición, expresarme y comprometerme con la causa. Pero eso no quita que entienda la enorme contribución de este día, de sus actos y del cuidado con el que los organizadores los programan en multitud de ciudades, pueblos y villas. Chapeau!

¡Feliz Día del Orgullo! ¡Feliz espíritu del 28 de junio a todos, todas y todes, independientemente de sus sentimientos, querencias, intereses y gustos! Este es, sobre todo, un día de reivindicación del respeto a la diversidad y a la convivencia en armonía, y en eso estamos todas las personas... O deberíamos...

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